La historia de la señora María seguro lo conmoverá, pero nuestra intención es otra; queremos que usted sea protagonista de esta historia, que sea parte de ella y de muchas otras que se viven en la Fundación.
María, nacida en Lautaro, provincia de la Araucanía, se siente muy orgullosa de ser Mapuche. Lamentablemente, su madre murió en el momento que ella nacía y fue una tía, quien se hizo cargo de ella llevándosela a Valparaíso.
“Crecí entre sueños y tristezas, pensaba que mis tíos eran mis papás; recuerdo estar en cuclillas en un rincón preguntándome por qué no estaba mamá, por qué no estaba papá. A los doce años conocí a uno de mis hermanos, José Manuel, con él fue el primer abrazo de amor que me dieron en mi vida; él descubrió mi enfermedad a mis ojos, fue el primero que me compró unas chalas; yo quería unas celestes y él me compró unas rosadas, pero no tenía la personalidad para decirle que me gustaban las otras; cuando llegamos a la casa me dijo que mostrara las chalas que me había comprado a la tía, entonces le dije, “¿cuáles, las que me compraste tú o las que me compré yo?” en mi inocencia me había traído las chalas celestes. Mi hermano me dijo “¿por qué no me dijiste que querías las celestes?”; entonces bajamos al pueblo y el pagó las otras chalas… enseñándome y reconociendo que lo que había hecho no era de maldad sino de inocencia”, recuerda una emocionada María.
La experiencia en el colegio no fue de las mejores, sólo logró estudiar hasta Quinto Año Básico, “No me gustaba la escuela porque no tenía amistades, porque los niños me discriminaban, porque los profesores no me trataban bien, tenía una autoestima muy baja, las personas me hacían daño, yo no veía el pizarrón, los lentes que me dieron eran muy gruesos y todos me decían que era fea, incluso un profesor me trató de ignorante; yo estaba muy dañada.”, relata la señora María.
“Entonces, continúa, a los 12 años empecé a trabajar puertas adentro; no fue una linda experiencia, muchas veces me orinaba y me pegaban. Ganaba $150, $10 para mí y el resto para la familia que me crió. Otras veces me pagaban con ropa (la que no le servía a la patrona)”.
Sin embargo, a pesar de estas experiencias negativas, en María nació el deseo de ayudar a los demás. “En ese momento nació en mi corazón la pasión por servir a los demás, porque yo también sufrí, anduve allegada, dormí en la calle; alguna vez no tuve donde dormir, entre los 15 y 20 años tuve que dormir incluso debajo de los puentes; ahí me sentía más protegida… para que no me hicieran daño (ahí nadie me tocaba). Esas cosas quedan en la retina, entonces, a pesar de todo, empiezas a nacer de nuevo, empiezas a sacar las cosas tristes de la vida y te sanas haciendo el bien, dando un abrazo, un consejo… me han dicho, tienes la palabra perfecta. Pero a mí me ha costado mucho ser lo que soy, pero nunca me rendí”, concluye.
“Son más bellas las lágrimas de alegría”.
A los 20 años María encontró trabajo cuidando a una abuelita, pero no sólo eso, también encontró el cariño y el respeto “ahí me querían mucho; me pagaban y con eso pude arrendar una pieza. Cuando la abuelita falleció dejé de trabajar ahí, entonces compré dulces para vender en la calle, invertí lo que había ganado”, puntualiza María.
Con el tiempo, María conoció a su esposo, tienen dos hijos, y se declara amante de la música. Durante esta entrevista, desde el fondo de su corazón, entona “Gracias a la vida” de Violeta Parra. Es increíble descubrir que alguien que lo ha pasado tan mal tenga sentimientos de agradecimiento y servicio hacia los demás. “A mí, la vida me ha dado mis hijos, mis bellos hijos, mi razón de vivir, el “newen” de mi vida, el no querer morir, el ser inmortal, estar ahí para todos, para ellos y para los que me necesitan… esa es mi vida. Elegí ayudar y no vengarme de quienes me hicieron mal… son más bellas las lágrimas de alegría. Sueño con ir a la Fundación a ayudar a un abuelito a hacer sus cartas”, comenta emocionada María.
Su relación con la Fundación Javier Arrieta
La venta de dulces y el trabajo de su esposo (cantante en las micros) no alcanzaba para una familia de cuatro personas “En una cama de dos plazas dormíamos los cuatro, luego uno de mis hijos se enfermó, fue entonces que una asistente social me envió a la Fundación; llegué con una autoestima muy baja, sin embargo la Fundación me hizo sentir acompañada, sentí que Dios me mandó unos ángeles, primero apadrinaron a mi hijo, luego los padrinos decidieron apadrinar a mi hija también. Así llegué a Fundación y pronto tuvimos un camarote que nos empezó a devolver la dignidad” comenta una agradecida María.
A la ya complicada vida de María, se sumaron los problemas de salud de sus hijos, su hijo progresivamente perdió la audición, “fui enfermera de mi hijo… me di cuenta que él tenía capacidades diferentes. Mi hija, también tuvo problemas de salud, pero logró estudiar Técnico en Enfermería. Estoy muy agradecida de la Fundación y de los padrinos… Si ellos vinieran, les daría un abrazo gigante, del alma, tengo una gran gratitud, la ayuda siempre ha sido para el bienestar de mis hijos, ellos son mis ángeles, aportaron con los primeros audífonos para mi hijo y con una de las primeras operaciones de mi hija. Cuando uno nace pobre debe tener sueños, ver el horizonte para no estancarse, uno tiene que soñar con un mundo mejor, con un día mejor… así empiezas a impulsarte, y en esto la Fundación ha sido importante”.
María era una niña sin horizonte, sin sueños y sin futuro. Ahora es una mujer empoderada, luchadora, con sueños, “gracias a Dios, hemos podido educar a nuestros hijos; gracias a Dios son niños de bien, son buenos chicos y tienen que seguir siendo así, solidarios; y en esto la Fundación ha sido fundamental, ellos me aprendieron a conocer, a escuchar… hay una disponibilidad muy buena, quiero dar las gracias a la Fundación a todo el personal, desde el director hasta la última persona que está ahí… Señor, gracias, no estoy sola”. Concluye.
A veces, pequeños gestos hacen grandes cambios en las personas; muchas veces basta un impulso para que una chica sin proyectos se convierta en una mujer empoderada y servicial como es el caso de María. ¿Nos ayudas a seguir provocando cambios en las personas que lo necesitan?