A sus 97 años, Yolanda asiste cada día a las dependencias de la Fundación Javier Arrieta, “Aquí llegué sin saber nada, ni leer sabía; pero esta es mi casa” puntualiza con una mezcla de orgullo y satisfacción. Conversar con ella es un agrado, es conversar con una persona feliz, agradecida y satisfecha por lo que ha sido su vida; su rostro a cada momento dibuja una sonrisa y en esto, el impulso dado por la Fundación, ha sido fundamental.
“Hace más de 20 años escuché en una radio de la existencia de la Fundación, escuché que aquí podía aprender a leer y escribir, y no sólo eso ¡me apadrinaron!, mire que bonito… tengo que hacer cartas para mi padrino, ha sido muy linda mi vida aquí”, relata la abuelita Yolanda.
Y no sólo aprendió a leer y escribir, Yolanda fue una alumna aventajada, pronto se convirtió en la profesora de los otros abuelitos, “era estricta, si alguien respondía sin que le preguntara le decía: “a usted no le pregunté, la pregunta es para ella” (sonríe), todavía me dicen profesora”.
“Como le dije, continúa la abuelita, esta es mi casa y aquí tengo que morir, ¡a mí me gusta todo!, en la Fundación además aprendí teatro, aprendí a tejer. Cada día doy gracias a Dios porque tengo mi almuerzo, a veces hasta hacemos gimnasia y jugamos lota; la Fundación era el empujoncito que necesitaba para ser feliz”, concluye.